"La música comienza donde acaba el lenguaje."
                                                            E.T.A Hoffmann

Sinceramente, soy de las que le presta atención a cada detalle de la letra de una canción, a cada oración y a lo que me dice; a cómo cada cantante toma una simple palabra y la transforma en algo nuevo y genial. Pero es verdad que muchas veces me encuentro con música instrumental que me parece buenísima, que me dice tanto como una letra y que incluso puede llegar más lejos, a todo eso que está más allá de la expresión en palabras. Eso es lo que pasó el viernes en la Experimental de Malvín, donde tocaron las bandas The Walkin’ y Mandinga Jazz, ambas de Ciudad de la Costa.

El primer turno fue para The Walkin’ (que también estuvieron en este post anterior), quienes abrieron la noche. La banda, como puede verse en su página web, es una banda de jazz, blues y funk que surgió en 2011, y que desde el 2013 está conformada por Iván Vivián en guitarra, Jorge Lira en bajo, Andrés López en teclados, Guillermo Sergio en batería y Federico Vaz en la armónica.

Y la noche, entonces, arrancó, y The Walkin’ nos ofrecía un montón de historias musicales: desde el primer tema hasta el último la banda contó historias a través de los instrumentos, que hablaban entre ellos y sabían cómo hacerlo para dejarnos atrapados en el cuento. Más allá de lo bien que sonaban, los temas (que oscilaron entre temas de su autoría y covers) permitieron un gran despliegue de sonidos diferentes y bien articulados, con una energía que hacía que uno se lamentara estar sentado y no poder levantarse a bailar. Luego de unos seis temas, en los que siempre había lugar para que cada músico tuviera un momento de destaque, The Walkin’ se despidió.

Fuente: The Walkin'

Después de un corto tiempo de espera, en el cual se pudo ver al Dúo ContempoRaro con un espectáculo de danza y acrobacia en trapecio, fue el momento de escuchar a Mandinga Jazz.

Esta banda, también de Ciudad de la Costa, se formó en 2012 como un cuarteto de jazz con Leo Barbe en el bajo, Lalo Doce en la batería, Lorenzo Cavalli en teclados y Vittorio Pagani en guitarra y saxo. Desde entonces vienen presentándose en varios lugares tanto de la costa como de Montevideo, tocando covers de otros grandes de la música y creando temas propios, que suenan tan bien como los ajenos.

Y ya que hablamos de los covers, algo que me llamó mucho la atención de Mandinga fue cómo tomaban una canción (digamos, por ejemplo, And I love her, de los Beatles) y la deformaban, la cambiaban y la manipulaban hasta que se convertía en otra, con una fuerte impronta personal que resultaba de una manera de hacer y de decir muy original. Lo temas propios también mostraban esto, y discurrían entre música más enérgica y momentos de un jazz más melancólico; pero me falta la palabra: la música lo diría mejor.

Fuente: Mandinga Jazz

Ya llegando al final, Mandinga invitó a The Walkin’ a que subiera nuevamente al escenario, para terminar tocando un tema en conjunto: Footprints, de Wayne Shorter. Todo lo que habíamos estado escuchando se duplicaba, y la música sonó muy potente. Fue un tema muy bueno, que iba ganando cada vez más fuerza y que demostró algo que me parece muy importante: que había muchas ganas de tocar y una gran cooperación entre ellos, entre todos. El lugar que ambas bandas dejaban a la improvisación es también algo que vale la pena recalcar, ya que le imprimió mucha vida al toque y a todos los temas, completándose con solos de cada uno de los músicos, que iban, así, construyendo la música a partir de sus propias maneras de tocar y de sentir lo que estaban haciendo.

Una de las cosas que más rescato de este toque es que me hizo recordar, y entender un poco más, la fuerza del instrumento a la hora de hablar; esa cuestión de hacer un cover, una versión, que realmente era una interpretación del tema elegido, cargada de respeto pero también de ganas de innovar, lo cual siempre es bueno. Además, también se la juegan a hacer temas propios que salen con un sonido completo, tanto en el hecho de lo bien que suenan como por la cantidad de instrumentos que se complementan perfectamente, dejando una música integrada pero no monótona. Más bien sería al revés, cada nueva nota, cada tramo y cada solo traía las palabras que no se decían, de sentimientos diferentes, disímiles, a veces extraños pero siempre llamativos. Y, a fin de cuentas, ¿a quién le importó la letra?